lunes, 25 de junio de 2012

EL VERDADERO ORIGEN DEL NOMBRE "CUESTA DE LOS CHINOS"



                                                                       Por  Juan Chirveches


    La cuesta de los Chinos es la más hermosa rampa de la ciudad de Granada. Nos sube desde el Paseo de los Tristes hasta el corazón de la Alhambra, y es ruta de silencio, de paz y de sosiego.
    Cruzamos la puente abisal sobre un Darro fresquísimo y sonoro, y ascendemos por un camino empedrado de cantos, flanqueado de tapias y techado de cielo y hojas de álamos.
    Hacia adentro, justo donde la cuesta se quiebra en zigzag, nos giramos para contemplar el más bello encuadre del Albaicín, que resplandece de blancos como si, de pronto, se hubiera hecho real un cuadro de Moscoso.
    Su lado izquierdo es una pared natural: una cárcava donde brotan pitas y jaramagos. Por su lado derecho desciende una acequia despeñada en pequeñas cataratas: un reguero que captura y arrastra hojas secas que adornan las márgenes, como si fueran alfombras que extendió noviembre.
    Vamos pasando bajo las torres de la Alhambra que asoman, a veces, tras un pequeño bosque; a veces, al lado mismo del camino como centinelas de la Historia. Torre de las Damas. Torre de los Picos; jacarandas, prunos, acebuches, higueras locas. Torre del Candil; la acequia es ahora plata derretida y va entre ribazos de musgo, como una acequia de belén navideño, hogareño y risueño. Torre de la Cautiva, donde cuenta la leyenda que vivió doña Isabel de Solís, la renegada, la favorita del rey Muley Hacén; álamos y chopos, falsas pimientas, sauces. Sobrias torres, y desnudas, que son joyeles donde se guardan finísimas gemas de yesería, estuquería y tracería árabes. Torre de las Infantas, desde cuya ventana se descolgaron, en busca del amor, resbalando por sus muros, Zaida y Zoraida, y no se atrevió Zorahaida, que luego murió de pena. Torre del Cabo de la Carrera, destruida por la canalla francesa cuando 1812.
    Cercana al centro de la ciudad, poco transitada, la cuesta de los Chinos es una venganza de calma y de silencio contra el tráfago y el ruido loco de la población.
    Es la cuesta de los tres nombres, ya que se la conoce, también, como cuesta del Rey Chico y como cuesta de los Muertos. Del Rey Chico porque se dice que por ella bajó Boadbil, para refugiarse en el Albaicín, tras una revuelta palaciega. De los Muertos porque, durante mucho tiempo, los difuntos eran subidos por allí hasta el cementerio, en su último viaje, rodeados de belleza, aunque ellos no estuvieran ya para muchas contemplaciones…
    Sin embargo, nadie conoce el origen de su otro nombre, el más popular y de más uso: “cuesta de los Chinos”. Conjeturan unos cuantos eruditos que se debe a los chinorros que abundaban en el suelo, pero eso no deja de ser una suposición sin fundamento alguno…
   
    Muchas tardes Sonia y yo atacábamos las rampas del Albaicín; tomábamos fuerzas y café en Casa Pasteles, y nos dirigíamos al pequeño carmen propiedad del poeta don Eliseo Fortún.
    El cual nos recibía con su amplia sonrisa de antiguo donjuán, sus educados ademanes de viejo conquistador, y su cabello ceniciento echado hacia atrás hasta la nuca, donde se le agitaba en pequeñas ondas grises como si fuera el tranquilo oleaje de una playa nublada.
    Miraba con descaro la cintura de Sonia y nos hacía pasar al salón, donde se ponía a contarnos alguna vieja anécdota, algún relato porvenirista o alguna historia de la Historia.
    Un día salió a colación lo de la cuesta de los Chinos. Yo comenté que ni don Julio Belza, que es quien más sabe sobre los nombres de las calles de Granada, conocía el origen. “¡Ah, mi buen amigo Julio Belza! (exclamó don Eliseo): si me hubiera preguntado no habría dejado en la duda a los lectores de su ameno e interesante libro”.
    Y, mirando de vez en cuando, y de reojo, las rodillas de Sonia, nos contó lo que sigue.
    En 1792, con motivo del tercer centenario de la conquista de Granada, las autoridades de la época organizaron sonados festejos en la ciudad. El 2 de enero por la mañana, ante las puertas de la Alhambra, se iba a representar una recreación de la entrega de las llaves de la fortaleza a los cristianos. Muchos granadinos se disfrazaron a la vieja usanza española, y muchos otros a la usanza mora. Desde toda la ciudad y desde los pueblos de los alrededores acudió mucha gente para ver la función.
    Entre ella vino una familia con un mozalbete de hasta ocho años de edad. Los miembros de esta familia se dirigieron a la Alhambra subiendo por la cuesta de que hablamos. Cuando llegaban a la mitad, se vieron rebasados por un tropel de hombres vestidos de árabes que, a caballo, subían también por allí para integrarse en la ceremonia.
    Lucían chilabas de seda, turbantes, dagas de orejas, alfanjes en cuyos pomos relucían piedras de colores, ballestas, alandas y cinturones con escarcela.
    Al verlos, el mozalbete, que nunca había visto un moro ni en pintura, pero que sí tenía en su casa un libro con dibujos que representaban a las hordas de Gengis Khan aplastando chinos, exclamó emocionado: “¡mira papá, cuántos chinos!”
    Lo cual fue oído por varios de los que hacían de árabes, quienes, al llegar junto a los demás figurantes, muertos de risa, contaron la frase del niño. La gracieta se extendió y comentó por toda Granada, y de ahí que la cuesta, desde ese día, se quedara con el nombre de Cuesta de los Chinos.
    De manera que, nada de “chinorros” en el suelo ni otras tonterías que suelen aseverar los despistados. El nombre de la más bonita cuesta de Granada, y quizá de España, se debe a ese niño, y no a otra cosa.  
    Y luego nos decía don Eliseo: “a mí me lo contó Gómez Lorenzo, historiador del cielo, sabio de muchos saberes. Y ya sabéis vosotros que cuando Gómez Lorenzo asegura algo, nadie hay capaz de rebatírselo”.



                                                                             J. Ch.



                    Publicado en Ideal. Granada, 9 de agosto - 2009