martes, 29 de mayo de 2012

POESÍA Y PROSA DE JUAN CHIRVECHES (Reseña de Antonio Marín para el diario Ideal, de Granada)

                         POESÍA Y PROSA DE JUAN CHIRVECHES

                                        ANTONIO MARÍN


 Los pasados días se ha presentado en la sede de la Asociación de la Prensa de Granada el segundo poemario de Juan Chirveches: El abrir de abril (ed. Educatori, 2011). Al inicio del poemario reproduce uno de sus artículos publicados en el periódico IDEAL, titulado “Poética”, en el que se lee esta frase suya: “en la poesía cabe todo, todo menos la prosa”.
 Poeta del ritmo, la métrica, la rima, conservador de la tradición, nostálgico, meticuloso, lírico y a veces trágico: “Quiero irme con noviembre/ por senderos solitarios./ ¿Quién me llamará esta noche/ de turbulentos gusanos?”, leemos en La sangre de noviembre, libro en el que musica las cuatro estaciones fundiendo olores con colores y esencias, perfumes más que colonias.
 Y es que en esa obra, en su obra en general, percibo cierta tristeza o una añoranza que, a veces, se difumina entre coplillas llenas de jolgorio alegre, mercadillos donde se venden toda clase de productos, mozas atrevidas en fiestas, pájaros contentos o niños por el sendero repitiendo “poemas que hablan de sueños”…  Tristeza o añoranza que con frecuencia finaliza con la muerte que se repite como algo muy cotidiano en la cosmovisión de lo que le rodea.
 Cosa diferente son sus artículos periodísticos, que constituyen verdaderas joyas literarias, en los que combina breves relatos, como el titulado “Pepe” (Ideal, 24 de mayo 2004), anécdotas investidas de elegancia literaria, innumerables piezas en las que pasa por los pueblos denunciando barbaridades urbanísticas y demandando la conservación de las cosas que siempre formaron parte de los mismos, o describiendo personajes, bares, lugares, sensaciones, pasajes históricos… como podemos leer en su libro El traje de la ciudad.
 El abril de abril se ha presentado en octubre al público por demoras que a veces o siempre la misma vida impone. Aunque ahora parece que estamos en una lucha entre el invierno y el verano por perdurar y romper así la cadencia de los ciclos.
 Este es el segundo poemario de Juan Chirveches con el que he sufrido, me he alegrado, he temido y he deseado. Con el que también he llorado, he cantado, he sentido nostalgia. Con el que he muerto o he percibido el impulso de quien casi acaricia la idea del suicidio a través de ese poema en que el protagonista sabe que es “dueño de su muerte, puesto que no lo es de su vida”…
 El poeta se asoma al espejo y no se ve:
   
                            Dentro del espejo hay alguien
                           que parece que soy yo.
                           Mas no es así mi mirada,
                           no veo ahí mi interior.
                           Esa sonrisa no es mía.
                           No es ése mi corazón.
                           El espejo me devuelve
                           a alguien que no soy yo.

 Ciento once poemas rimados, estructurados en quintillas, coplas, romances, jitanjáforas, soleares, redondillas, etc., con alguna licencia, pero lejos del verso libre. No tiene reparo en utilizar recursos de los que muchos otros huyen por considerarlos arcaicos o manidos. Aparecen los colores grises, el mar, los pájaros, las nubes, el cielo, las estrellas o los amaneceres. Apuesta por estos términos de los que cualquier manual escrito por aquel que se considera “poeta moderno” se aleja en la búsqueda de otros más novedosos, argumentando originalidad.
    Pero el amor estuvo, está y estará ahí siempre, y el cielo y el mar, y no hay infinitos suficientes para esquilmarlos. Lo que faltan son conductores sutiles, poetas como Juan Chirveches para estructurarlos de maneras únicas, para estrujarlos hasta el último aliento. Ahí está la originalidad y no en huir de los elementos con los que se forman las sustancias y la música.
 Expresiones magistrales como “vértigos de pasión”, “el rumor de mi sangre”, “las paredes de la noche”, “el teatro del cielo”… y tantas otras. En El abril de abril uno viaja por las penas de la vida, cuando llega noviembre, y también por sus alegrías con el kikirikí del gallo, o ajeno al tiempo cuando una niñita duerme tras el canto de una nana, o cuando se jalea al torero al que todos aplauden mientras la muerte acecha en el tejado. Incluso se apena uno con la muerte del toro bravo que no se deja derrumbar y muere como el mártir que no renuncia a su creencia a pesar de que las ascuas atormentan.
 El mar, la soledad, el deseo y la pasión. El amor no correspondido y el violador o el asesino de quien dice ser su amor para generar dos desgraciadas soledades, una muerta y otra más que muerta en vida.
 Tras leer su poemario, doy razón a lo que explica Chirveches en su Poética: en los poemas cabe todo, incluso la muerte solitaria en un barrio acostumbrado a la muerte violenta, o los celos y la infidelidad.  
 También cabe la prudente ironía frente a los descalabros del lenguaje sexista, bien aprovechada y diluida entre los versos que ustedes descubrirán leyendo esta obra de Juan Chirveches.

                   Artículo del diario Ideal (edición impresa).
                          Granada, 11 de noviembre - 2011     

martes, 22 de mayo de 2012

LA NUESTRA INDIGNACIÓN


                                                              Por Juan Chirveches


    Desde el fondo hondo del magma social, donde a lo largo de los últimos años se ha ido acumulando, recalentando y recociendo, ha aflorado a la superficie de nuestras ciudades, y se ha derramado por calles y plazas, la Indignación. Y ha estallado.
    Toda España fue un clamor. Y el eco de ese clamor, levantado el 15 de mayo del 2011, ha asordado caminos, traspasado fronteras y retumbado por los oídos de las cinco partes del mundo. Un grito de protesta recorre España. Un grito fuerte, agrandado por las voces indignadas de hombres y mujeres; de jóvenes y mayores; de septentrionales y meridionales; de conservadores, de progresistas y de apolíticos.
    Convocadas por las llamadas “redes sociales” que fluyen por Internet, y al margen y por encima de banderías políticas o ideológicas, cientos de miles de personas tomaron -y acamparon- las principales plazas públicas de nuestro país para mostrar su indignación contra los privilegios, los abusos, las corrupciones, las torpezas y las enfermas connivencias de la clase política.
    Una clase política a la que se percibe autoconstituida en casta privilegiada y abusona, con sus elevados sueldos, sus altas dietas y sus altísimos retiros de oro; enchufadora de familiares y camaradas; connivente -o cómplice- con los avariciosos financieros, con los constructores chorizos y con los dirigentes corruptos; presionadora y manipuladora de la independencia de la Justicia, a la cual ha contaminado, manchado y desprestigiado… Casta que, en su desvarío, ha llegado a creerse dueña del cortijo nacional, cuyas tierras cree poder roturar y desroturar a su antojo y capricho; que nos ha sumido, por su irresponsabilidad y sus despilfarros, más hondamente que a otros países, en la peor crisis económica de los últimos ochenta años, con su tristísima secuela de cinco millones de desempleados.
    Los indignados exhiben eslóganes que, esperanzados e ingeniosos, resumen el sentido de su protesta: “No hay suficiente pan para tanto chorizo”; “Colorín, colorado: este cuento se os ha acabado”; “Rebeldes sin casa”; “A mí no me representan”, etc., y piden una regeneración en profundidad de los sistemas político y financiero del país…
    En los últimos años la desmoralización de los españoles ante las actuaciones de los políticos y el tremendo descrédito de éstos, se ha reflejado en las serias calas que hace el Centro de Investigaciones Sociológicas: vemos a la clase política como el tercer problema nacional; y en una escala de confianza de cero a diez, otorgamos un 2,8 a los partidos políticos y un 3,5 al Gobierno… Con eso está todo dicho. De ahí la Indignación que ha estallado en las calles. Y de ahí la necesidad de una Democracia más real, y de una profunda regeneración, y de unas reformas estructurales que deben comenzar por:
    Reforma de la Ley Electoral, que introduzca las listas abiertas. Y que corrija, además, el injusto baremo que permite el disparate de que en las últimas elecciones generales (2008), Izquierda Unida, con casi un millón de votos, tenga dos únicos diputados en Madrid, mientras que los catalanistas de Convergencia y Unión, con doscientos mil votos menos, tengan nueve diputados más (once)… O que Unión Progreso y Democracia, con trescientos mil sufragios, obtuviera un solo escaño, en tanto que el Partido Nacionalista Vasco, con idéntico número de papeletas, sumara seis… Con el agravante de que, a la postre, esos dieciséis o diecisiete diputados nacionalistas, sobre un total de trescientos cincuenta, son los que, mediante pactos para sostener en el gobierno a los partidos mayoritarios, condicionan e imponen sus egoístas e insolidarias políticas al resto de los españoles.
    Supresión del Senado. Es una cámara superflua e inútil, absolutamente prescindible, que sangra el Presupuesto en unos diez mil millones de pesetas anuales (casi sesenta millones de euros).
    Eliminación de las duplicidades provocadas por las Autonomías regionales, con la recuperación y gestión por el Estado Central de la Educación, la Sanidad, la Hacienda, la Justicia, la Hidrografía, la Policía y el Urbanismo.
    Reducción ostensible de la multitud de Empresas públicas autonómicas, y cierre de las pseudoembajadas regionales que proliferan en el exterior.
    Moralización y transparencia: Limitar a ocho años los mandatos de todos los gobernantes. Prohibición de que los cargos públicos acumulen más de un sueldo y más de una función al mismo tiempo (los hay que son, a la vez, concejales, senadores, presidentes o vocales de no sé cuántos organismos y empresas públicas o semipúblicas… cobrando por todo, claro). Que se agraven de forma contundente, a los cargos públicos, las penas por corrupción, prevaricación y cohecho.  
    Que, a efectos de jubilación y cobro de pensiones, se aplique a los señores diputados exactamente el mismo baremo que al resto de la población: en la actualidad, un trabajador cualquiera necesita tener cotizados treinta y cinco años, y haber cumplido sesenta y cinco, para cobrar el cien por cien de la pensión; mientras que a un parlamentario le basta con tener sesenta años y haber cotizado doce…
    Despolitización real de la Justicia.
    Consulta, mediante referéndum nacional, de los grandes asuntos que nos afecten a todos, como debió hacerse con la introducción de esa estafa del euro, o la aprobación de los Estatutos regionales llamados de segunda generación, que no pueden considerarse legítimos sin una consulta a toda la nación.
    Mayor y más estrecho control a la Banca para impedir atropellos como, entre otros, el que las personas que entregan al banco su vivienda, al no poder afrontar el pago de la hipoteca, tengan que seguir pagando el crédito concedido, aun después de quedarse sin la casa.
    Y que se ponga coto y no se permita el descarado latrocinio con que nos atracan en los precios de las viviendas.


                                                                                            J. Ch.   


                   Publicado en el diario Ideal. Granada, 31 de mayo - 2011
       

martes, 15 de mayo de 2012

LA INDIGNACIÓN DE LOS INDIGNADOS


                                                                         Por  Juan Chirveches


    Las personas indignadas -cientos de miles- que el pasado 19 de junio se manifestaron por las calles de toda España, sacudida-réplica del 15 de mayo, representan, a su vez, a millones de indignados que, aunque no se manifiesten públicamente, están, estamos, también, enfadados. Muy enfadados.
    No debieran los gobernantes, o aspirantes a serlo, hacer oídos sordos a tanto ruido…
    Cada cual tiene sus particulares, heterogéneas indignaciones; pero siempre en el mismo sentido. Y todas ellas, sumadas, dan como resultado una gran, una gigantesca indignación colectiva que sacude a España de arriba a abajo.
    Básicamente, la oceánica protesta del movimiento de los indignados va contra los políticos: contra sus privilegios, que ellos mismos se autoarrogan en una cínica puesta en práctica del “Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”; contra su inoperancia; contra sus escandalosos derroches; contra sus constantes embustes; contra sus connivencias y tolerancias con los agresivos especuladores y los financieros salvajes; contra sus traiciones, sus corrupciones, sus enfermizas ambiciones…
    Los políticos, a su vez, adoptan ante este fenómeno la conocida táctica del avestruz: esconden la cabeza, pero dejan a la vista, y bien expuesta, toda la masa de su indiferencia. No dan la cara. No salen. Esperan, ocultos tras sus paraguas de huera palabrería, a que pase el chaparrón. Miran para otro lado, como si la cosa no fuera con ellos.
    Apenas si asoman los señores políticos, o sus voceros, para decirnos que el movimiento de los indignados debe hacer propuestas concretas; nombrar interlocutores; autoconvertirse en partido político… Y todo es echar balones fuera, capear el temporal, aliviarse, aguantar como sea, a la espera de que el movimiento, suponen, se desinfle y desactive durante el verano.
    Metidos en su esfera de privilegios, en su burbuja de vanidades, en su hinchada nube que les nubla la visión de lo cotidiano, no quieren entender, o no quieren afrontar, que el movimiento del 15 de mayo no se puede convertir -ni tampoco quiere- en un partido político, porque no es un movimiento político. Que no tiene por qué nombrar interlocutores, porque ya lo son todos y cada uno de los millones de indignados de la nación. Que las propuestas generales que hacen no responden a un predeterminado programa ideológico, más a la derecha, o más a la izquierda, sino a la convicción general de que es necesaria y urgente una profunda higienización, una honda limpieza, un intensivo baldeo de la vida pública.
    No parece que nuestros hombres públicos quieran afrontar que no se trata de nombrar interlocutores ni de hacer propuestas específicas… No quieren entender (o lo entienden demasiado bien y se intentan hacer los suecos) que la enorme movilización del 15 de mayo, o Movimiento de los Indignados, está al margen y por encima de las tradicionales ideologías políticas, que, cada vez más nítidamente, para la juventud y para todos, comienzan a sonar a cosa rancia y como de siglo pasado. No quieren entender que es un movimiento, digamos, transversal, donde confluyen y se aúnan gentes de la derecha y de la izquierda; creyentes y no creyentes; jóvenes y mayores; votantes y no votantes. Que no se trata de hacer ninguna propuesta para que los miles y miles de políticos que mantenemos -locales, mancomunales, comarcales, provinciales, regionales, nacionales, continentales y mundiales-, que parten y se reparten la tarta de nuestros impuestos, la estudien, nombren una comisión y “veamos qué se puede hacer”, para, al final, no hacer nada.
    A ver si quieren enterarse, de una vez, que de lo que se trata, sencillamente, es de un alto enfado colectivo. De un fuerte meneo general de amplísimos sectores de la nación española frente a la falta de escrúpulos, y la falta de ética, de buena parte de sus dirigentes.
    Que no es necesario lanzar propuesta concreta alguna, porque las líneas maestras de lo que se pide están tan claras como el agua clara (pero no hay peor sordo que el que no quiere oír): Decencia y control en la praxis política, financiera, empresarial y sindical. Respeto al hombre de la calle, que es quien sostiene, con su dinero, todo el tinglado. Inteligencia de que dedicarse a la actividad política no es poseer una licencia para abusar, ni para enriquecerse. Que meterse a hacer altos negocios, o mover altas finanzas, no es un salvoconducto para avasallar, ni un vale con el que todo vale. Que construir edificios no es destruir paisajes ni arrasar poblaciones. Que vender casas no tiene por qué ser sinónimo de robar, o de atracar a ladrillo armado al comprador.
    Y que habría que depurar responsabilidades y llevar ante la Justicia, como se ha hecho ya en algún país europeo, a quienes conscientemente, por acción u omisión, han envenenado la Economía con tan desastrosos efectos para todos. Porque al igual que es un delito envenenar el aire, las aguas o los alimentos, también debiera serlo envenenar las relaciones económicas con “activos tóxicos” y demás productos infernales que nos han abocado a la triste e incierta y arriesgada situación actual.
    Se trata, tan solo, de eso, señores políticos. Es algo que, de tan elemental, hasta da vergüenza tener que escribirlo. Aunque, ya sabemos, y este articulista el primero, que, dada la condición humana, todo esto es lo mismo que clamar en el desierto; o como escupir en el mar, que decía el clásico. Pero, al menos, aquí queda puesto. Y expuesto.
                  
           Publicado en el diario Ideal. Granada, 1 de julio - 2011

martes, 8 de mayo de 2012

URBANISMO: ALCALDES Y CONCEJALES

                    
                                                                               Por  Juan Chirveches
   
    Las leyes otorgan a los ayuntamientos españoles “la ordenación, gestión  y ejecución del Urbanismo”. Pero vemos con tristeza y estupor cómo, en infinidad de municipios, grandes y pequeños, de todas las regiones y de todos los colores políticos, la ordenación urbana se muda en desorden y caos y capricho; la gestión, en mala gestión, en corrupción y en latrocinio; y la “ejecución”, en cambio, sí que se lleva a cabo y buen término: la ejecución y muerte de la ciudad tradicional, de la hermosa y dulce arquitectura popular, ejecutadas y sepultadas por opresivos, agresivos y hostiles edificios que son como una violenta pesadilla de piedra en medio del apacible sueño del caserío.
    Vemos con tristeza cómo, en cuestiones urbanísticas, en vez de ordenadores y gestores, y ejecutores, del bien común, y del sentido común, y aplicadores, muchos ayuntamientos (o muchísimos, porque si rascáramos un poco...) devienen cueva de ladrones, favorecedores y cómplices de la barbarie especuladora y de los sinvergüenzas, impulsores o justificadores de la destrucción de sus propios pueblos y ciudades a los que, en teoría, debieran defender.
    Y todo ello porque demasiados políticos municipales se meten a la actividad pública no con el deseo de gestionar y favorecer honradamente los bienes comunes, sino con la intención, expresa y descarada, de autogestionar  y favorecer sus propios bolsillos: o séase, de enriquecerse.
    Hoy, en España, el desprestigio y la mala fama que la clase política (no sólo la municipal) se ha ganado a pulso son tan elevados que sonroja y avergüenza a cualquiera. Leyendo estos días el libro de Félix Bayón “Vivir del Presupuesto”, que tan amablemente me ha regalado mi buen amigo Carlos Tovar, encuentro esta frase que el notable periodista escribió en noviembre del 2005, pocos meses antes de morir: “los partidos políticos se han llenado de buscavidas que ni se toman la molestia de disimular su condición”...
    A pesar de esto, tenemos una inflacionaria inflación de políticos, tres cuartas partes de los cuales son prescindibles; nadie sabe qué hacen, ni para qué sirven; y, de hecho, no sirven para nada. Los tenemos locales, comarcales, mancomunales, provinciales, forales, regionales, estatales, continentales, supranacionales y, ya mismo, los de la alianza de civilizaciones, que aún no tienen nombre. Todos cobrando y con dietas.  Pues bien: de entre ellos, la palma del desprestigio se la llevan, sin duda,  los políticos municipales.
    Hay personas admirables y decentes, apasionadas por la política local, que luchan por mejorar sus municipios y se entregan con entusiasmo y honradez a conseguirlo. Gente bienhechora.
    Pero: el excesivo margen de autonomía municipal; las listas electorales bloqueadas y cerradas; la imposibilidad de que los electores elijan de forma directa a su alcalde; el que no se ponga límite de tiempo a los mandatos (un alcalde puede serlo durante toda la vida); los cambalaches postelectorales; las lagunas e insuficiencias de las normas que regulan las incompatibilidades; el poder de contratar de forma directa las obras públicas y de nombrar, a dedo, asesores y diverso personal;  la potestad de hacer, rehacer, alterar o suprimir a capricho los planes de ordenación urbana; la posibilidad de recalificar terrenos de forma arbitraria... todo esto, como han señalado algunos estudiosos, entre ellos José Manuel Urquiza, cuyo libro “Corrupción municipal” recomiendo al amable lector, juega a favor de la llegada a la política local de una buena tropa de vividores y caraduras al asalto del Presupuesto.
    Así, vemos cómo, en innumerables localidades, auténticos paletos sin sensibilidad ni preparación alguna, o de una moralidad menos que justita, personas fácilmente corrompibles, llegan a puestos de mucha responsabilidad y se encuentran, de pronto, manejando presupuestos que se les escapan. Y, sobre todo, gozando del poder de decidir sobre cuestiones urbanísticas que les pueden reportar, a poco que anden listos, una interminable lluvia de monedas de oro. A cambio, claro, de autorizar o promover toda clase de desaguisados y disparates en materia de urbanismo.
    Nos deja perplejos que en las listas electorales municipales puedan figurar candidatos directamente vinculados a empresas inmobiliarias o constructoras, cuando no constructores ellos mismos. Claro que, también, se da mucho el caso de los que, sin tener vinculación alguna con el ladrillo, es llegar a alcaldes o concejales del ramo y, oiga, su mujer, sus hermanos, sus cuñados y hasta sus primos empiezan a fundar empresas ligadas a la construcción como el que hace rosquillas: vaya, ¡que les entra, de pronto, la vocación por edificar!…
    Si a esto añadimos los ingredientes de unas cuantas pirañas inmobiliarias, siempre al acecho en estas turbias y selváticas aguas para dar el bocado que arranque un trozo de paisaje común; y de unos cuantos arquitectos sin escrúpulos, o poco escrupulosos, a la hora de aceptar la elaboración o la ejecución de planos y planes, tenemos el cóctel que ha emborrachado a toda España de ladrillajo, de corrupción y de edificaciones ilegales.
    Es éste el contexto donde, por doquier, caen a diario preciosas casas de arquitectura popular, de alturas adecuadas a la calle donde se ubican, y aparecen, en su lugar, espantosos edificios hinchados de piedra y volumen,  con altura desmedida y estética de arrabal. Edificios que entierran las calles y las aplastan con murajos agresivos, ajenos por completo a la tipología de siglos de la localidad.
    Alcaldes y concejales que debieran defender y fomentar la estética urbana tradicional y propia, que dota de personalidad y hace únicas, y hermosas, y reconocibles universalmente a sus localidades, son quienes autorizan la transmutación de sus bellas poblaciones en vulgares urbes despersonalizadas, como barrios clónicos construidos y diseñados por los más ineptos y castrojas tardoimitadores de Mies van der Rohe, de Walter Gropius y de Le Corbusier.
    Porque si son graves y perniciosas la corrupción urbanística y las construcciones ilegales, no son menos graves muchas de las construcciones con apariencia o costra legal: en materia de Urbanismo, en muchos lugares de nuestro país, lo “legal” es tan pernicioso y salvaje, o a veces más, que lo ilegal. Basta con tener un poco de aseo en los papeles y en las licencias, para que cuelen como legales auténticas salvajadas. Lo vemos a diario: sólo hay que darse una vuelta por ciudades y pueblos de cualquier sitio.
    ¿Quién puede parar toda esta infernal maquinaria?: Juzgados  y políticos decentes, que los hay y muchos. Pero han de actuar con prontitud y valentía, lo cual no es nada fácil. También ayudaría la concienciación y presión social para poner freno a tanta barbarie.
    Se ha dejado un poder  enorme de hacer y deshacer en manos de ayuntamientos que son dirigidos, en más ocasiones que las deseables, por garrulos codiciosos, ignorantes y presas fáciles para los corruptores.
    Sería conveniente que el Poder Central recuperara buena parte de las decisiones y planeamientos  urbanísticos. Ya hemos visto a lo que nos ha llevado tanta autonomía municipal y regional: al caos urbanístico, a las decenas de miles de construcciones ilegales, a los precios insufribles y escandalosos de la vivienda, a la destrucción  de nuestros paisajes y nuestras poblaciones, a la corrupción generalizada y a que nos señalen desde toda Europa con el dedo del ladrillajo y del disparate. 
                                                                                                
                                                                                              
                 Publicado en el diario Ideal. Granada, 16 de Agosto - 2007

martes, 1 de mayo de 2012

POÉTICA



                                                                              Por Juan Chirveches



    En los poemas – cuadros sobre cuya tela se dibujan emociones y pasiones, y sentimientos, y más cosas, con el pincel de las rítmicas palabras - cabe todo, cualquier asunto: el amor, el desamor y la nostalgia; la guerra, la paz, los huracanes; el odio, el suave erotismo, los zapatos; Dios, los dioses, los adioses; los chicles, los suburbios, las montañas; la pornografía, los despertadores, la vecina, los pindáricos atletas…
    Todo cabe en los poemas: la extremada y crujiente mística de los martirios; las agonías, como flores con las que ornar los barbechos de la muerte. El paisaje. La libertad. Cabe sajar la piel de la ciudad, y ver y oler y recorrer y remover sus entrañas de cañería; sus tripas de cables; sus ratas vestidas de gafas y corrupción.
    Cabe el otoño. Y cabe la primavera, toda rebosada y llena, y alumbrada, de semáforos vegetales y de aires amarillos. Y caben los taxis que llevan a cenicientas de plástico y piercings a los profanos templos del amor, donde bailan y se restriegan, y son poseídas por luces acalambradas.
    Todo cabe, cabe todo.
    En la poesía cabe todo: Todo, menos la prosa.



                                                                                     J.Ch.


      Publicada como artículo en Ideal. Granada, 15 de Enero - 2007.
               Publicada como Prefacio del libro El abrir de abril.