miércoles, 7 de marzo de 2012

CANTORIA 1936. MUERTE DE DON JUAN ANTONIO

                                                 
                                                                                        Por Juan Chirveches


    En la Historia no se pueden comprender los hechos sin conocer sus causas. Los hechos, a su vez, generan unas consecuencias que, al mismo tiempo, serán las causas de los hechos posteriores, encadenándose así la larga serie de los acontecimientos históricos: la Historia es igual que una cadena donde cada eslabón tiene como base el anterior y, a la vez, es soporte del siguiente en una unión e imbricación permanente e indisoluble.
   
    La Segunda República.-

    Las semillas de la Guerra Civil Española de 1936-39 se plantaron en abril de 1931, con el advenimiento de la II República; germinaron en octubre de 1934, con la Revolución de Asturias; y echaron flores de sangre y de muerte en julio de 1936, con el estallido del conflicto entre españoles, entre hermanos.
    Contra lo que piensa la generalidad de la población, ya que esto se suele comentar poco y muchos historiadores tienden a pasar de puntillas por ahí, la II República llegó a España de una forma precipitada, forzada y un tanto fraudulenta: en realidad, las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, que provocaron el cambio de régimen dos días después, las ganaron los monárquicos. Ocurrió que los primeros resultados en llegar a Madrid fueron los de las grandes ciudades donde sí triunfó la coalición electoral republicano-socialista. El día 14, sin esperar el cómputo total de las  votaciones, los dirigentes izquierdistas, en varios puntos del país, proclamaron la república; sus partidarios invadieron las calles y las plazas, tomaron los centros de poder y forzaron la salida hacia el exilio del rey Alfonso XIII.
    Joseph Pla, en su libro testimonial “El advenimiento de la República”, cuenta con detalle y maestría el desarrollo de estos primeros momentos en Madrid, y cómo Azaña y Miguel Maura (el hijo republicano de don Antonio Maura), cuando se dirigían en coche hacia la Presidencia del Gobierno, en la Puerta del Sol, se debatían entre las dudas de si iban a hacerse cargo del poder o, por el contrario, iban a ser detenidos. Azaña, cuenta Pla, estaba todo el rato secándose con su pañuelo los sudores que le chorreaban por el cuerpo.
    Aunque la República nunca dio oficialmente los números de las elecciones, porque le eran desfavorables, cuando días después comenzaron a saberse los resultados definitivos de los comicios, con el triunfo monárquico, ya no se podía dar marcha atrás: la república había sido instaurada y el Rey estaba en el exilio. Pero la fuerza moral del nuevo régimen, así como su legitimidad histórica, quedarían en entredicho para siempre.
    Desde el primer momento los dirigentes republicanos actuaron con una torpeza proverbial: en medio de una fuerte crisis económica, que afectaba a todo Occidente, y con el rechazo de al menos la mitad de los españoles, se lanzaron a una serie de reformas demasiado poco pensadas, demasiado radicales para la época, no graduales… Quisieron hacer muchas cosas en nada de tiempo, sin pensar ni calcular sus consecuencias, ni el calado real que podrían tener sobre el conjunto de la población. Políticos enormemente torpes, se les fue la República de las manos desde el comienzo (ya en mayo comienzan a producirse desmanes por toda España como la quema de conventos, etc.), y fueron unos peleles zarandeados y derribados por el viento huracanado de la Historia.
    Dos años después, en 1933, las elecciones generales dan el triunfo a la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), que era una coalición de partidos conservadores. Pero el gobierno sostenido por las derechas se vio permanentemente hostilizado y acosado por sindicatos y partidos izquierdistas, con huelgas constantes e intentos desestabilizadores que culminaron con el estallido antidemocrático y revolucionario de octubre de 1934, la Revolución de Asturias, que, empujada por un sector del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) y por el PCE (Partido Comunista de España), tenía como fin meter a nuestro país en la órbita soviética e instaurar aquí la dictadura proletaria…
    Por toda Europa, también por España, calaban dos ideologías opuestas, enfrentadas, extremistas, ambas antidemocráticas, y ambas detestables por igual: la marxista-comunista y la nazi-fascista, dos trenes macizos y agresivos que circulaban en sentido opuesto por la misma vía y que, desbocados y sin frenos, necesariamente habrían de chocar.
    Al mismo tiempo, en nuestro país, las posturas políticas se fueron radicalizando; cada vez quedó menos margen para el entendimiento; y entre las personas, entre las clases sociales y entre los partidos políticos de distinto signo, se fue llenando lo que alguien ha llamado “un inmenso embalse de odio”.

    La Guerra Civil.-

    El cual reventó en julio de 1936.
    Cinco meses antes, unas nuevas elecciones generales habían dado el poder, por escaso margen, a una amalgama de partidos de izquierdas agrupados bajo el marbete electoral de Frente Popular. En realidad, el Frente Popular era una coalición política antinatural, formada para las elecciones, con el objetivo de apear a la Derecha del poder. La integraban partidos que iban desde un democrático y moderado centro izquierda, hasta la extrema izquierda antidemocrática, representada, entre otros, por el PCE o por el sector largocaballerista del PSOE.
    Con el gobierno del Frente Popular aumentaron la inestabilidad social, la inseguridad y los enfrentamientos. Los cuales culminaron con el asesinato del teniente Castillo, guardia de Asalto simpatizante del Frente Popular. La venganza fue inmediata: varios guardias republicanos sacan de su casa, por la fuerza, al diputado de la Derecha José Calvo Sotelo y lo asesinan.
    Ante la caótica situación, una parte del Ejército se levanta, el 18 de julio, contra el gobierno frentepopulista. Pero la resistencia que un amplio sector de la población opuso a lo que se llamó el Alzamiento, hizo que la situación se enquistara, y el golpe de estado antigubernamental devino tremenda guerra civil que iba a durar tres años: se desbordó o se rompió aquel “embalse de odio”, y sus aguas desbocadas iban a inundar de muerte los campos españoles.
    Aquella incompetencia política, aquella incapacidad para entenderse, aquellos locos radicalismos, aquel odio social, aquel fracaso colectivo, aquella ineptitud de los políticos (mal endémico que padecemos y sufrimos los españoles), iban a dejar en nuestro país, hasta abril de 1939, casi medio millón de muertos.
    España, durante la Guerra, se dividió en dos Estados: la zona Nacional, o Azul, controlada por los sublevados dirigidos por el general Francisco Franco; y la zona Republicana, o Roja, bajo control de los gobiernos del Frente Popular.
    El periodista Jacinto Toryho, militante del sindicato anarquista CNT (Confederación Nacional del Trabajo), en su magnífico libro “Del triunfo a la derrota”, escrito en el exilio, dice: “Fue una ola de demencia colectiva lo que privó en aquella etapa inicial de la Guerra Civil en ambas zonas (…), la ola de locura no se circunscribió a una sola zona: envolvió a toda España por igual”.
    La provincia de Almería, como prácticamente todo el Levante español, permaneció en zona Roja desde el comienzo hasta el final de la Guerra.
    En la España roja, esa “ola de demencia colectiva” de la que hablaba Toryho, y que afectó por igual a las dos Españas, se concretó en el asesinato masivo de propietarios, de eclesiásticos y de militares desafectos; en expropiaciones de tierras, requisas de domicilios, quema y destrucción de iglesias y de miles de obras de arte contenidas en ellas; detenciones arbitrarias y sin control de millares de personas cuyo destino eran unos lugares siniestros y terribles llamados checas, a los que se barnizaba con el nombre eufemístico de “cárceles del pueblo”. En las checas eran frecuentes las torturas, las violaciones y los asesinatos.
    No quiero traer aquí alguno de los testimonios de quienes padecieron la crueldad de las checas, sino el de alguien tan poco sospechoso de derechismo como el citado Jacinto Toryho. Toryho es el autor de la versión española de la letra del famoso himno anarquista “A las barricadas”. Al terminar la guerra tuvo que salir hacia el exilio y, fuera de España, escribió su libro. Sostiene en él que “el origen de las checas estuvo en los asesores y consejeros soviéticos que llegaron a España y que eran avezados criminales (…) su fin fue someter a los españoles al mismo régimen de terror que imperaba en el Kremlin”.
    Más adelante hace Toryho una relación de las prácticas inhumanas que se hacían en las principales checas que funcionaron en Madrid, Barcelona y otros lugares… Especialmente famosa se hizo la checa que se había instalado en el convento de las ursulinas, en Valencia, donde los chequistas abrían los nichos en los que estaban enterrados los cadáveres de las monjas en descomposición, o sus esqueletos, y encerraban allí, durante la noche, a los detenidos que se negaban a firmar las falsas declaraciones que les presentaban.
    La memoria colectiva recuerda como acontecimiento de especial virulencia, en la zona Roja, las sacas y matanzas, durante el otoño de 1936, de cinco mil derechistas fusilados en Aravaca y Paracuellos del Jarama, cerca de Madrid. Entre ellos, los grandes escritores Ramiro de Maeztu y Pedro Muñoz Seca, autor teatral de la célebre obra “La venganza de don Mendo”; así como el futbolista internacional Monchín Triana, ex jugador del Real Madrid y del Atlético de Madrid, uno de los futbolistas más populares de la época.
    De igual modo, en la zona Nacional también la represión fue durísima con “paseos” y fusilamientos masivos en las tapias de los cementerios. El inicuo y absurdo asesinato del poeta Federico García Lorca se recuerda como paradigma de toda esa barbarie que durante tres años asoló a España.
   
    La Guerra Civil en Almería.-

    Por el libro de Rafael Quirosa-Cheyrouze “Almería 1936-37: sublevación militar y alteraciones en la retaguardia republicana”, conocemos bien parte de los acontecimientos que ocurrieron en nuestra provincia durante los primeros meses de la Guerra Civil. Es libro de mucho interés para nosotros los almerienses, y aporta multitud de datos.
    Al estallar el conflicto, en los pueblos y ciudades de la España Roja surgen los llamados “comités”. Con diversas denominaciones (comité revolucionario, antifascista, popular, etc.) estaban integrados por elementos revolucionarios exaltados, y constituyeron un poder paralelo que, en muchas ocasiones, sustituyó a las instituciones locales republicanas. Cometieron toda clase de tropelías…
     En Almería capital, al fracasar el Alzamiento, ya el día 21 de julio ardió el convento de las Claras; el 22 fueron incendiadas y destruidas hasta ocho iglesias, entre ellas las de Santo Domingo y San Pedro… Numerosas casas y locales de personas de derechas fueron asaltadas y saqueadas; la farmacia Vivas, situada al comienzo del Paseo, cuyo propietario era un destacado tradicionalista, fue igualmente arrasada e incendiada, y su dueño asesinado.
    Al mismo tiempo comenzaron las detenciones sin control y los consiguientes asesinatos: en Almería se había constituido el llamado Comité Central Antifascista, presidido por Cayetano Martínez Artés (PSOE). Del Comité dependía una Delegación de Orden Público y Presos que fue la principal responsable de los crímenes. Cerca de quinientas ejecuciones fueron perpetradas tras detenciones y sacas sin control en los primeros días de la guerra. Los detenidos eran conducidos a la playa de la Garrofa, al cementerio de la ciudad, o a los pozos de Tabernas y de Tahal (que se hicieron tristemente célebres), y allí eran liquidados.
    Con el nombramiento de un nuevo gobernador civil, a comienzos del otoño, el también socialista Gabriel Morón, y la posterior formación de los Consejos provinciales y locales, se intentó poner freno a todas esas atrocidades, pero no siempre con éxito ya que los desmanes continuaron hasta el final de la contienda.

    La Guerra Civil en Cantoria.-

    Nuestro pueblo, como el resto de la provincia de Almería, permaneció en zona Roja durante toda la guerra.
    En algunos pueblos cercanos, en julio de 1936, hubo intentonas de adherirse al Alzamiento que fueron pronto sofocadas. En Serón, a consecuencia de un tiroteo, resultó muerto el secretario local de Falange, Pedro Garrido Torreblanca. Varios guardias civiles de la comarca que habían intentado adherirse a los Nacionales fueron detenidos y represaliados. En la página 72 del citado libro de Quirosa-Cheyrouze leemos: “el mismo 24 de julio, exaltados procedentes de Mojácar sacaron de la cárcel a Federico Bueno Villaluzón, sargento de Garrucha, y lo asesinaron a las afueras del pueblo. El teniente Modesto Acosta (puesto de Albox) fue asesinado en el pozo de Tahal en septiembre. El teniente Aliaga (Vera) y los cabos Usero Rueda (Cuevas) y Parra Egea (Albox) fueron ejecutados en el cementerio almeriense por milicianos en sacas de presos durante el mes de octubre”… Ese mismo mes, en una sola noche, fueron asesinados catorce vecinos de Garrucha…
    En Cantoria, al igual que en todas las localidades de la zona Republicana, al comienzo de la Guerra Civil se formó un Comité compuesto por elementos radicales (socialistas, comunistas y anarquistas) que sustituyó en el poder local al Ayuntamiento legalmente constituido.
    Se detuvo a personas por el simple hecho de ser de derechas; hubo saqueos en las casas, multas arbitrarias, insultos por las calles, amenazas y depuraciones de funcionarios municipales y de maestros…
    Pero siempre es injusto generalizar y meter a todos en el mismo saco. Como en cualquier lugar o grupo, entre los cantorianos del Frente Popular hubo muchos desalmados, pero también hubo gentes de bien, afectuosas, elegantes, honradas, que se jugaron el tipo por cubrir a paisanos adversarios políticos. Es más: en varias ocasiones izquierdistas cantorianos protegieron y dieron aviso a personas de derechas de que milicianos procedentes de otros pueblos venían a buscarlos, salvándoles así la vida. De igual manera, hubo entre los rojos de Cantoria exaltados, insultadores, ladrones, mala gente… como en todos lados. No podemos perder la perspectiva de que en nuestro pueblo, como en muchos otros, la mayor parte de los desmanes provinieron de los sujetos que integraban el Comité.
    En el archivo del Gobierno Militar de Almería consta que, al terminar la Guerra, fueron juzgados por los tribunales franquistas cincuenta y nueve cantorianos, de los cuales doce salieron absueltos (entre ellos, las cinco mujeres que fueron a juicio: María Asunción Petra, Patrocinio Fernández Bernabé, Luisa Molina Mañas, María Torrente Sánchez y María Granero Quiles).
    De los cuarenta y siete condenados se dictó una sola pena de muerte contra Sebastián Egea Mateo, que en 1941 le fue conmutada por treinta años de reclusión. Y cuatro cadenas perpetuas contra: Rafael Jiménez Gea (indultado en 1945), Emilio Cortés Losilla (indultado en 1946), Francisco Guerra Tripiana (indultado en 1946), y Baltasar Giménez Gómez. (Datos extraídos del libro “La represión franquista en Almería”, de Eusebio Rodríguez Padilla). Sin embargo, en esta relación faltan algunos nombres cuyos expedientes es posible que se hayan perdido o no estén localizados. De cualquier forma, los represaliados  no fueron muchos más de los cuarenta y siete reseñados.
    Volvemos a los días de la Guerra para decir que fueron constantes las requisas en las casas de los derechistas, requisas que eran auténticos robos sin más. Los rojos entraban impunemente en los hogares y se llevaban todos los objetos de valor: alimentos, ropas, vajillas…
    Al tiempo, el Gobierno rojo había decretado la expropiación forzosa de tierras a sus legítimos dueños. En Cantoria fueron expropiados hasta veintiún propietarios, entre ellos (por no hacer prolija la relación que se puede ver en la página 258 del libro de Quirosa-Cheyrouze): Alejo Fernández Jiménez, Joaquín Jiménez del Olmo, Manuel Jiménez del Olmo, Pedro Llamas Martínez, Juan March Ordinas, Carmen Saavedra Fernández o Agapito Sánchez Pérez.
    Al poco de comenzar la Guerra se suspendieron los actos litúrgicos. El párroco, don Juan Antonio López Pérez, entregó las llaves del templo a un hombre respetado y de plena solvencia: don Emilio Padilla. Un día varios integrantes del Frente Popular fueron a buscarlo y le pidieron las llaves. Don Emilio se negó, pero le presionaron y amenazaron. Finalmente, se vio obligado a dárselas. Entraron en la iglesia e hicieron toda clase de barbaridades. Arrancaron el precioso retablo barroco, y las maderas se las llevaron a sus casas como leña. Sacaron las imágenes y las apilaron en la plaza del convento, en la explanada donde ahora está la entrada al edificio de los jubilados y biblioteca. Ahí les metieron fuego. Se quemaron y perdieron para siempre el san Antón y el san Cayetano originales; otras dos esculturas de gran valor atribuidas a Salzillo, y la Virgen del Carmen original. La iglesia pasó a ser utilizada como almacén… Ya hacia el final del conflicto, los rojos destrozaron la trompetería y los tubos del órgano, que había sido colocado en 1912, para usar el estaño en la fabricación de balas.
    A finales de agosto del 36, unos milicianos vinieron a buscar al guardia civil retirado Antonio Martínez Fernández. Él intentó huir gateando por los tejados de la calle Larga. Los milicianos lo descubrieron y comenzaron a dispararle desde el suelo. En la huida cayó a un corral y quedó herido. Lo encontraron. Le pusieron unas esposas y lo metieron en un coche con el que se dirigieron al casino. Mientras los milicianos estaban dentro, varias personas pudieron ver a Antonio Martínez en el asiento de atrás del coche, muy asustado, con las esposas puestas. “Tenía la misma cara que las ratillas asustadas cuando se ven acorraladas y sin escapatoria”, describe gráficamente un testigo de los hechos. Se lo llevaron hasta Sorbas y allí lo asesinaron poco después.

    Muerte de don Juan Antonio.-

    En el verano de 1936 había dos sacerdotes sirviendo en la parroquia de Cantoria: don Luis Papis y don Juan Antonio López, que era el párroco.
    Al poco de comenzar la Guerra, debido a la persecución que se había desatado contra los religiosos, con matanzas indiscriminadas en toda la España roja, don Luis Papis se escondió en un cortijo de Capanas y permaneció allí, viviendo como pastor, durante mucho tiempo hasta que pudo escapar a su pueblo (don Luis no era cantoriano). Vinieron a buscarlo en varias ocasiones para matarlo, pero no lograron dar con él.
    Don Juan Antonio, el párroco, vivía con una sobrina llamada Elisa. No quiso huir por no dejarla desamparada, y porque estaba convencido de que no se iban a meter con él. Habitaban una casa que todavía se conserva: la que está justo por encima de la que fue de Baltasar el del Loro, en la calle de la Plaza (hoy, Juan Carlos I).
    Juan Antonio López Pérez había nacido en Cantoria en 1881, hijo de Juan López Cuéllar, labrador, y de Visitación Pérez Barranco. En 1936 tenía, por tanto, cincuenta y cinco años. Estudió en el Seminario de San Indalecio, de Almería. Por los datos que constan en el archivo del obispado, y que tan amablemente me ha pasado la profesora de Cantoria Ana María Sánchez Sevilla, que fue quien los recabó, sabemos que fue ordenado presbítero a los veintidós años, en 1904. Cantó misa por primera vez el 31 de mayo de ese mismo año en la capilla de la Sagrada Familia de Almería. Le faltaba un pulmón por lo que tenía ciertas dificultades para predicar. En 1905 fue destinado a su pueblo natal, en cuya parroquia permanecería ya hasta su muerte. En 1916 fue nombrado coadjutor y en 1935, párroco.
    Ya después de la Guerra, uno de sus sucesores en la parroquia, don Francisco Serrano, en declaraciones hechas ante el Tribunal Diocesano, manifestó que, por los testimonios que pudo recoger entre los feligreses, don Juan Antonio era hombre inteligente, de gran temperamento, con excelentes dotes de catequista, y en el pueblo tenía fama de santo. Visitaba con frecuencia a los pobres entrando en las cuevas donde vivían.
    Paco Cerrillo recuerda haber asistido de niño a la catequesis con don Juan Antonio, y habla de la impresión que causaba verlo a la luz de las velas mientras les hablaba de religión pausadamente, con verbo magnífico. Transmitía paz y bondad.
    Cuando, debido a la contienda que afligía a España, entregó las llaves de la iglesia a don Emilio Padilla, siguió celebrando la misa en su propio domicilio…  
    A mediados de septiembre de 1936 varios milicianos procedentes de Almería llegaron al vecino pueblo de Albanchez. Uno de ellos se llamaba Valentín, y no he logrado saber algo más sobre los otros. Venían buscando, para matarlo, a don Antonio Molina Alonso, canónigo de la catedral de Almería, natural de Albanchez, que había huido de la capital y se había refugiado en su pueblo junto a otros eclesiásticos. El 30 de agosto anterior habían sido asesinados, en un barranco de Vícar, el obispo de Almería, Diego Ventaja, y el de Guadix, Manuel Medina Olmos, junto a diez sacerdotes más. Esto provocó la huida de muchos otros que intentaban escapar de las matanzas…
    Los milicianos permanecieron en Albanchez varias jornadas cometiendo toda clase de atropellos. La tarde del 21 de septiembre, lunes, decidieron ir a por los curas de Cantoria. Llegaron a nuestro pueblo en un coche negro, grande, junto a José López Linares, “Pepe el de la Flora”, que era miembro de la CNT y presidente del Comité local de Albanchez.
    Una vez en Cantoria recogieron a un miliciano llamado Rafael, el cual se subió al estribo del automóvil y los fue guiando hasta la casa de don Juan Antonio, el párroco. Al llegar a la plaza el vehículo se paró y, después, comenzó a subir, marcha atrás, la cuesta de la calle de la Plaza, siempre con Rafael subido al estribo, indicando el camino.
    Algunos dicen que el coche llegó hasta la misma puerta de la casa del sacerdote. Pero otros dicen que se quedó en la esquina, justo por debajo de la casa que fue de Baltasar el del Loro. Entiendo que esto último es más verosímil, puesto que justo ahí la calle empieza a empinarse bastante, y en el año 36 estaba sin asfaltar (yo, como muchos de nosotros, aún la recuerdo sin el asfalto). Además, el coche era grande lo que dificultaría la subida. A ello se une que varias personas vieron cómo sacaban a don Juan Antonio de la casa, entre los gritos desgarrados y desgarradores de la sobrina, y lo recuerdan andando hacia el auto, flanqueado por dos sujetos, con la solapa de la chaqueta negra subida, extraordinariamente serio (es fama que le pegaron en su casa porque se resistió a salir): no lo habrían  visto andar si el automóvil hubiera llegado a su misma puerta. Por tanto, podemos deducir que el coche se quedó en la esquina.
    Con don Juan Antonio a bordo tomaron la carretera hacia Albox. Al llegar a las inmediaciones de la venta del Guarducha, a unos cuatro kilómetros del pueblo vecino, lo bajaron del vehículo. Le hicieron andar hasta unas higueras que había por allí, y lo asesinaron fríamente, disparándole cinco tiros. Al parecer, las últimas palabras que pronunció nuestro paisano fueron: “os perdono”. Y esto lo sabemos porque uno de los milicianos lo contó en Albox. Y por gente de Albox, que lo oyó, se supo, después, en Cantoria.   
    Tiraron su cadáver a un barranco próximo, donde quedó toda la noche, y sus asesinos se dirigieron a Albox donde dejaron aviso. Poco antes del alba dos vecinos de ese pueblo fueron a recoger el cadáver con una camioneta: Francisco Alfonso Salas, el Puntas, y Baltasar Torregrosa López. Lo llevaron al cementerio albojense donde, muy probablemente, acabó en el osario por lo que ha sido imposible localizar sus restos. El párroco de Cantoria, don Francisco Serrano, años después de la guerra, intentó identificar o averiguar el paradero de su cuerpo para traerlo aquí y darle sepultura entre los suyos, pero sus gestiones en ese sentido resultaron infructuosas.
    Como ese día, el siguiente al asesinato, era martes, mucha gente se dirigía al mercado de Albox. Alfonso Lozano iba con su madre hacia el mercado, y se detuvieron en el lugar donde mataron al sacerdote porque había un buen número de personas allí paradas, comentando el suceso. Recuerda que se distinguía sobre la tierra, muy bien aún, la sangre derramada de don Juan Antonio.

    Pepe el de la Flora.-

    En el Gobierno Militar de Almería, en el archivo del Juzgado Togado Militar Territorial número 23, se guarda el sumario 19.424/39, legajo 132, donde leemos los papeles referentes al proceso incoado contra José López Linares, “Pepe el de la Flora”, por el asesinato del cura de Cantoria. 
    López Linares había nacido en Cuevas del Almanzora, pero vivía en Albanchez desde muchos años atrás. De treinta y seis años, mecánico de profesión, estaba casado y tenía seis hijos. Leemos en su expediente que era pequeño de estatura (1,64 m.), pelo castaño, cejas pobladas y ojos negros. Militaba en la CNT.
    El 20 de abril de 1939 (la guerra había terminado el día 1 de ese mes), ya estaba detenido en el cuartel de la guardia civil de Albanchez. Ingresó en la prisión provincial de Almería el 25 de mayo.
    El juicio se celebró el 28 de agosto con petición fiscal de pena de muerte por garrote vil. Los informes y declaraciones contra él del jefe de Falange, y del alcalde de Albanchez, así como del vecino de Chercos José Sáez, resultaron coherentes y contundentes. En sus alegaciones López Linares se defiende débilmente e invoca al cura albanchelero don Federico Guerrero Alonso. Pero el testimonio de éste resultó demoledor para Pepe el de la Flora.
    Siguiendo las declaraciones, y conjuntándolas, el tribunal consideró probado que: López Linares tomó parte activa en cuantos actos vandálicos se cometieron en su pueblo. Constituyó y presidió el Comité Revolucionario, participó en requisas e impuso multas por la fuerza. Hizo objeto de vejaciones y persecuciones a los sacerdotes del pueblo. Mandó detener arbitrariamente a don Sandalio Molina y a su hijo Ángel. En los primeros días de septiembre, junto a otros milicianos, fue a Chercos donde hicieron simulacro de fusilamiento sobre Clemente Rubio y otras personas. Luego, se dirigió a un cortijo donde robó un jamón e intentó abusar de una chica de dieciséis años, hija de uno de los declarantes. Multó al canónigo de la catedral de Almería, don Antonio Molina, que se había refugiado en Albanchez junto a otros eclesiásticos a los que obligaba a presentarse cada dos horas en la ermita del pueblo, donde se había instalado el Comité (la ermita está situada a unos cuatrocientos metros de la localidad).
    Finalmente “en unión de otros sujetos de Almería asesinó a un sacerdote de Cantoria”… Después, ingresó voluntario en el ejército rojo donde formó parte del Batallón Floreal.
    José López Linares fue condenado a muerte y ejecutado a las cinco de la mañana del 26 de junio de 1940, en las inmediaciones del cementerio de San José, en Almería.

    La sobrina.-

    Después de la Guerra la sobrina de don Juan Antonio, Elisa López, se casó con un hombre del Arroyo Albanchez. Tuvieron dos hijas. Elisa tenía el mismo problema que su tío: le faltaba un pulmón. Ella enfermó pronto y fue ingresada en el hospital provincial de Almería gracias a las gestiones del médico de Cantoria Juan López Cuesta, que era pariente de ellos. Don Juan López Cuesta es el padre de quien, durante más de medio siglo, ha ejercido y ejerce en nuestro pueblo, también de médico, con admirable y ejemplar profesionalidad: don Adolfo; así como de don Antonio López Giménez, quien durante muchos años fue el farmacéutico local.
    Elisa murió al poco tiempo, y su hija menor unos días después. Su hija mayor vive, y es mujer animosa y simpática que reside en Alicante y viene por aquí cada cierto tiempo. Ella nos ha facilitado estos últimos datos.          


    Agradecimientos.-

    Si algún mérito encuentran, amables lectores, en este extenso artículo no duden en atribuírselo, con mi agradecimiento, a: doña Ana María López Peregrín, don Adolfo López Giménez, don Francisco Cerrillo, don Baltasar Fernández, don Alfonso Lozano, doña Ana María Sánchez Sevilla, don Antonio Molina Murcia y don Andrés Carrillo Miras, sin cuya colaboración y paciencia no hubiera sido posible elaborar este texto.
    Igualmente, amables lectores, los defectos que en él encuentren no tengan dudas en adjudicármelos a mí.



                                                                Juan José López Chirveches.


                Publicado en la revista de Cantoria Piedra Yllora, nº 3.
              Verano del 2008.